América Latina ha sido –tanto histórica como
culturalmente- la combinación y convivencia de muchos nombres y momentos. Dicha
relación, ha tenido asimismo, una larga y dolorosa tradición de violencia en la
forma convulsa en que esos mundos y realidades contrastantes chocan. Los
pueblos normalmente marginados, son relegados entonces, a la periferia
geográfica de las regiones urbanas, pero también a la periferia cultural de los
proyectos civilizadores, de las nociones de urbe fija, homogénea, única,
satisfecha y oronda de ser centro, paradigma, ley universal-universalizante.
Pero en medio de la marginación forzada –que es
además, tan vigente y atemporal que a veces el transcurso de los siglos parece
tan sólo una broma de los tiempos o historias oficiales- esos grupos, frágiles
en la apariencia de la segregación, recurren al argumento del secreto, la
promesa, el relato cargado de una emotividad y certeza especial, con una línea
común, si bien diversamente expuesta: la esperanza: de tiempos mejores, de
instantes pasados… pero siempre, esperanza.
En el caso concreto de Brasil, la estrategia del
oprimido, es la del secreto a voces, compartido por un sentimiento cuya fuerza
cultural es tan vasta, que no existe una traducción posible –al menos en
español- para referir en su totalidad, el significado de dicho estado: la
saudade.
La saudade, es una especie de melancolía que
no resulta transitoria, pero hay en ella un fuerte recuerdo amoroso ante lo que
se ha marchado. Quien siente saudades, experimenta añoranzas, pero vividas como
una espera tranquila, cubierta de la esperanza dulce de un retorno, o de la
belleza suficiente del momento pasado: intenso, rotundo, tan emocionante como
para ser recordado por siempre, agridulcemente.
En la tradición oral brasileña, y especialmente en la literatura, rituales y cantos del candomblé, lo que permea, es una asombrosa saudade, traída en el cuerpo desde el doloroso momento de ruptura con la conexión espiritual a África. Dicha cercanía, es vista como la establecida entre dos hermanos de sangre, pero con una deuda de amor llevada a la decisión de reconocerse y recordarse. Es decir, que la cultura del candomblé, es una elección de hermandad con África, en un sincretismo cultural, religioso y social tan profundo cuanto extendido como estandarte de orgullo, identidad, y sentido fundacional. El candomblé es una variante adaptada de la religión yoruba profesada en países como Togo, Benín y Nigeria, de la población nagó (etnia de dichos países del África Occidental) y teñida con el aliento americano, en el seno de Bahía, al nordeste de Brasil.
En este contexto, nace el cantar que a continuación incorporo para ustedes. Se trata de un canto popular, relato hondamente mitológico, difundido en Salvador de Bahía y otros estados de Brasil (Alagoas, Sergipe, Goiás...) desde finales del siglo XVI (a raíz de la integración de cultos de los esclavos nigerianos a las costumbres y fiestas católicas), pero codificado para el entendimiento de los mismos Bahianos, y entendido por los portugueses colonizadores, como parte de algunos festejos inofensivos. No obstante, los hacendados y capataces ignoraban la profunda relación de símbolos sacros escondidos en las letras y melodías cantadas por los practicantes del culto en los viernes de festejo ritual (sextas feiras, en portugués)... (Fin de la primera parte)
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